domingo, marzo 18, 2007

El móvil indiscreto y Un relente de fanatismo

Reconozco sentir cierto placer sensual al acariciar el papel del periódico dominical hojeando las páginas mientras degusto un desayuno/aperitivo con la sierra de Guadarrama al fondo y un sol cuasi, cuasi, primaveral calentando mis huesitos después de una horita de carrera por el campo y una reparadora ducha. Quizás por ello, por lo del placer sensual me refiero, quiero compartir dos artículos que publica hoy el diario El País, que me han llamado la atención y de los que quizás también se podría decir que lo que cuentan no es ni medianamente relevante...pues que lo digan. Ahí va el primero que discurre en un edificio muy frecuentado de una popular calle de Madrid y cuyo inspirado autor responde al nombre de Ricardo Cantalapiedra.

El móvil indiscreto

Por los juzgados de la calle de Pradillo van a diario miles de personas para solventar diversas cuestiones. Por ejemplo, casarse. Conozco a varios vecinos de ese barrio que son adictos al edificio y sus alrededores. No van a solucionar problemas burocráticos sino a divertirse y a cotillear. La semana pasada, unos amigos me llevaron allí para mostrarme in situ las posibilidades cómicas de las dependencias del Registro Civil. Nos infiltramos en una boda. El primer impacto lo recibimos al ver llegar a la comitivia: los numerosos invitados parecían algo así como una versión esperpéntica de la Pasarela Cibeles. Pero eso no fue más que el el aperitivo, porque, a los tres minutos de iniciada la ceremonia, un móvil sonó ostentoreamente. Era el teléfono del flamente novio, un mancebo con esmoquin color naranja y pelos de punta. Ante el pasmo del funcionario oficiante y de toda la concurrencia, el joven sacó el móvil del bolsillo, se lo llevó a la oreja con toda naturalidad y le dijo al funcionario que esperara un momento. Después le oímos decir a grito pelado.
--¡Hombre, Bruno cuánto tiempo sin verte!...¿Cómo dices?...¡Me dejas de piedra!...No, ahora mismo estoy ocupado en los juzgados...No, no me han detenido, es que me estoy casando...Yo creo que acabaremos pronto.
Se dirigió al funcionario y le preguntó que cuánto tiempo quedaba para terminar la ceremonia. Éste con cara de espanto, le contestó que unos diez minutos.
--Bruno, en menos de una hora estoy ahí con mi esposa. Hasta luego...Puede usted seguir con la boda, señor.
A partir de entonces todo fue un desatino. Algunos invitados tuvieron que salir deprisa del recinto con un ataque de risa furibundo. El funcionario solventó a todo correr el ritual aguantando la carcajada y dijo a los novios que se podían besar, pero el novio, muy nervioso, en vez de besar a su esposa le plantó un beso en los morros a su suegra y madrina.

Si usted quiere olvidarse de la crispación que impera en la calle y en la política, cásese o vaya a ver cómo se casan otros en la calle de Pradillo.

Y el segundo, que viene de largo, está relacionado con esta viñeta y la sección del Defensor del Lector del citado periódico.

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