jueves, abril 17, 2008

Los Antípodas

Madrid, 15 de Abril de 1888

Eran las dos de la mañana, y aún no había podido conciliar el sueño. Cogí un libro, que casulamente era traducción de una obra alemana titulada La nueva Geografía, y empecé a hojerarlo. Llamóme la atención un capitulo dedicado á los antipodas y decidí leerlo.

Todo el mundo sabe que son los que viven piés con piés sin perder la cabeza, como las moscas que en un globo se pasean unas por arriba y otras por abajo.

Se especificaban los antípodas que tienen los habitantes de las principales capitales del mundo, y como es natural, busqué los anti-pedestres madrileños, y vi que se hallan situados en una isla del Océano Atlántico.

¡Qué curioso sería, pensé yo, hacer una visita á nuestros contra-vecinos y tener alguna vez á los piés, por efecto de la rotación del globo, aunque sin sentirlo, al sastre, al casero, al prestamista y demás enemigos naturales que siempre bailan encima de uno!

Luego es muy posible que así como estamos encontrados de piés, lo estemos también de usos, costumbres y sentimientos.

En esto noté que mis párpados se cerraban, apagué la luz y me dormí. Pero ¡ah! (como se dice en todas las novelas) aquella lectura me había hipnotizado, ó si se quiere, antipodizado, y soñé lo que vais á leer.

Me había embarcado con dirección al Japón, donde iba de embajador nada menos. Solo en sueños se pescan esas brevas.

Naufragué, y yo, que ya había naufragado con el mareo desde que salí del puerto, me encontré solo en una playa desierta.

Cuando revuelto en mí pregunté, como es de cajón en tales casos: ¿dónde estoy? vi á mi lado un hombre de regular estatura, con cómodo traje talar y sombrero de anchas alas, que le daban efectivamente sombra, el cual me contestó:
-Estás en las antípodas de Madrid.

-¡Gran Dios! exclame, no pudiendo olvidar la fraseología teatral.

-Ven conmigo y verás nuestra capital, la anti-heróica Madre-no-id.
Seguíle y empecé a ver cosas asombrosas. Las calles eran anchas y espaciosas, y las casas tenían un solo piso con jardín. Los coches iban al paso para no atropellar á los transeuntes.

Pasé al lado de una pareja de orden público, que con mucha finura me dijo:
-Beso á vuecencia la mano.
-¿Quién es aquel pobre infeliz que llevan preso?, pregunté á mi guía.

-Es un célebre estadista, que se ha empeñado en no ser ministro y hay que llevarlo atado á la poltrona. Casi todos los actuales ministros han sido cogidos a lazo.
Lo mismo que arriba, dije yo para mi americana (porque no llevaba capote). Dí limosna á un pobre, que resultó ser un concejal que se había arruinado en bien de la ciudad.
-¿Aquél será algún jugador de Bolsa afortunado, ó algún escapado de Ultramar, ó algún banquero quebrado de mentirijillas? obsevé á mi ciceronne al ver pasar en un magnífico carruaje á un señor, elegantemente vestido.

-Es un literato eminente, me contestó. Aquí todos los escritores que valen son ricos y tienen coche.

-¡Oh, Tamayo! ¡Oh, Valera! ¡Oh, Pérez Galdós!, prorrumpí en alta voz, ¿Por qué no habéis nacido antípodas?
Noté que todas las jóvenes pasaban con los ojos bajos, sin tocar á arrebato para llamar licitadores, y que los hombres no fumaban en los tranvías ni ejercían de carreteros en el lenguaje.

Oí quejarse á un marido de que su mujer no quería que entrase hombre ninguno en su casa mientras él no estuviese presente, y traté de consolar á un joven que estaba furioso y herido en su amor propio, porque su novia le había dicho que tenía un buen dote.

Asistí á un baile en que todas las señoras iban de vestido alto, y vi expulsar á una que se presentó escotada con escándalo de todo el mundo, que no comprendía cómo se presentaba sin acabar de vestirse.

Se abrió el buffet, y los convidados fueron entrando uno por uno, y el que más tomó una taza de caldo y un emparedado.

En esto se oyó la voz de ¡fuego! y yo sentí en la cara un calor terrible. Desperté y empecé á dar gritos.

La criada, al entrarme el chocolate, me lo había vertido encima.
-Fué un tropezón, me dijo la fámula.

-Vete á los antípodas, le contesté.
¡Qué lástima no haber soñado más! ¡Era un sueño tan bonito!

Rafael García y Santisteban

Fuente: Hemeroteca Digital

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