viernes, abril 06, 2007

Mis hormonas y yo

Mientras buscaba un libro que no he encontrado porque haciendo memoria he recordado que se lo presté a alguien y...bueno, como se dice en algún lugar más abajo... esta es otra historia. El caso es que ha caído al suelo, ya sé, ya sé, que la anécdota es poco original...pero juro que es tan cierta como que chorizo acaba en cuerda....ha caído al suelo, decía, un pequeña novelita que se ha quedado abierta por una página:

Mis hormonas y yo

En medicina, las modas cambian casi tan deprisa como el vestido femenino. La panacea que hoy se prescribe se convierte mañana en el tóxico que se proscribe. Los más renombrados cardiólogos tienen aterrorizados a sus pacientes con la amenaza del colesterol. El obeso de nuestros tiempos se debate entre su glotonería y sus ansias de supervivencia, bajo la advertencia de que, si no elimina sus grasas, avanza derecho hacia el sarcófago.

Los alimentos que hoy día se recomiendan son tan apetecibles como una dieta de papel secante. Los huevos son poco menos que venenosos, y los opulentos que antes desdeñaban la margarina, se relamen ahora al comerla, como si fuera un costoso manjar.

La otra noche tomé la típica cena exenta de colesterol: calabaza hervida, leche descremada y gelatina. Estoy seguro de que, comer así, no prolongará la vida, pero también creo que la existencia me parecerá mucho más larga.

Recuerdo la época en que se operaba de las amígdalas a todos los niños, siempre que sus padres tuvieran dinero. Yo era amigo de un chico que tenía un defecto en el paladar. Su madre le llevó al médico. Aquella eminencia ignoraba cómo remediar la cosa, pero necesitaba hacer dinero a toda costa para asistir a unos cursillos y le extirpó la amígdalas. La madre quedó tan agradecida, que le permitió que la operara el apéndice. Pocos meses después se fugó con ella, que también financió esa operación. Pero esta es otra historia.

Hace algunos años, el testosteron acaparó la atención universal. Consistía en un suero mágico, obtenido en Viena, de cierta parte del caballo. No quiero discutir públicamente de qué parte se trataba; me limitaré a afirmar que, de no ser por dicha parte, hoy en día no habría potros.

En teoría, quien tomaba doce dosis de este suero a lo largo de tres meses, conseguía el vigor y la vitalidad de un garañón de cuatro años. Para un hombre de baja presión arterial y ocasionales tendencias suicidas, aquello suponía el hallazgo de la legendaria fuente de la juventud y todo lo que ésta implicaba. Una hora después de enterarme de tan prometedora novedad, me hallaba en casa del médico recibiendo mi primera inyección. Cada mañana, al levantarme, escudriñaba el espejo con la esperanza de descubrir mi perdida juventud. Vi muchas cosas en aquel espejo. Un rostro decrépito con indicios de degeneración, unas mejillas flácidas y el hueco que dejaron al caer quince o veinte dientes. Pero lo que no vi por parte alguna fue nada que se pareciera a lo que yo esperaba.

Después del duodécimo jeringazo mágico, llegué a la triste conclusión de que también aquello era una trampa y un engaño, que el médico era un redomado granuja y que tal feliz visión que había soñado no era más que un espejismo sexual al que nunca llegaría, de no ser ciertas esas majaderías que cuentan sobre la reencarnación.

Unos meses después, yendo hacía la casa de caridad, tropecé con aquel charlatán (el iba camino del banco) que, hasta el momento me había soplado $240 de mi alma, para incorporarlos a su patrimonio.
- ¡*******! exclamó, retrocediendo un paso para examinarme mejor-, ¡No, no puede ser *******! ¿De veras es Vd., la ruina de hombre que vino a verme hace tres meses? ¡Pero si parece que tenga veintitantos años? ¿Está seguro de que no es **** *****?

-¡Claro que estoy seguro! -rugí-. Soy ******* **** y si no se convence, correré a casa a buscar mi carné de conducir para demostrárselo.
Sonrió con hipocresía, pero continuó ostinadamente:
-Supongo que el tratamiento de testosterón resultaría efectivo; de otro modo hubiera vuelto a visitarme.

-Está Vd., como nuevo. ¿Qué tal se encuentra? -preguntó mientras estrujaba mi dinero en su bolsillo.

-Lleno de achaques -respondí.

-Mmmmm... -gruñó, mientras se acariciaba la oreja izquierda en actitud meditativa. -¿Quiere decir que las inyecciones no surtieron efecto?

-El mismo que unas sopas de ajo.

-Pero, veamos -insistió-. ¿No ha tenido ninguna mejora en el tratamiento?.

Bueno, sí -admití-. Ayer estuve en las carreras de caballos e hice la milla en dos minutos y diez segundos.
Para quien llegado hasta aquí no conozca o no recuerde de donde está extraída esta historia, decir que pertenece al libro escrito por Groucho Marx titulado: Memoirs of a Mangy Lover -Memorias de un amante sarnoso-, publicado en 1963. La edición que tengo es la de Pastanaga Editors de 1980. Una especie de recopilación de anécdotas, o algo así, de la vida del genial actor, con también humorísticas ilustraciones de Leo Hersfeld.

PD.- Cuando el médico pregunta ¿Está seguro de que no es .....? se refiere a Tony Curtis.

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